lunes, 16 de enero de 2012

Sientes que la vida te da demasiados palos.

Cuando llegas por la mañana al instituto, después de haber pasado un mala tarde, después de llorar por la impotencia de no poder hacer nada, por sentir como la vida te da palos que nadie se merece, y todo el mundo empieza a preguntarte que por qué tienes mala cara, que por qué estás triste y sobre te dicen lo típico de "no te ralles por tonterías" cuando no saben la gravedad de esa "tontería", ni las razones por las que estás así. Sólo quieres escapar de allí y desahogarte, solo quieres llorar, correr, gritar o pegarle a lo primero que se te cruce por delante, pero de lo que no tienes ganas es de explicarle a esa gente, que de buenas a primeras se preocupa por tí, el por qué estás así, el por qué no tienes ganas de nada, el por qué tienes las emociones a flor de piel, el por qué... El por qué sientes esa horrorosa sensación de impotencia que se apodera de tí en un segundo, que sientes como te quema por dentro y las lágrimas te cruzan la cara como llamaradas de fuego. Ese horrible sentimiento de perder algo que quieres para siempre, del que solo tendrás varios recuerdos que no podrán ir creciendo, que se quedarán ahí, parados en el tiempo, congelados en fotos, grabados en la memoria con tinta inborrable. La peor experiencia de tu vida que te hace recapacitar en lo valioso que es todo y en lo rápido que puedes perder, el mayor oponente que con el que puedas luchar, la experiencia que te hace madurar de golpe y darte cuenta de lo mal que estás haciendo las cosas, una experiencia única, y sin duda la más dura.

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